Conocer la existencia de la Asociación Extramuros a través de Hortensia fue para mí un consuelo en medio del difícil momento vital que atravesaba al salir de una comunidad en la que estuve veintitrés años de mi vida. Esa conciencia de sentir que otras personas viven experiencias similares a la tuya es una ayuda en el camino y lo que me empuja ahora a escribir este testimonio.
Entré en comunidad con un deseo enorme de querer servir a Dios, conocerle, amarle y a través de Él entregarme a los demás. Soy médico y también en esa elección primera pesó el deseo de servicio a los demás, pero cuando recibí la llamada de Cristo a seguirle sentí que esa entrega se ampliaba desde el ámbito profesional a toda mi vida, mi corazón y mis fuerzas.
Por suerte, por desgracia o porque era mi camino entré en una comunidad nueva en la Iglesia. Por suerte porque la radicalidad y el entusiasmo de lo que acaba de nacer me dio un campo amplio para esa entrega que ansiaba. Por desgracia porque la falta de madurez del superior llevó a excesos que acabaron siendo incompatibles con la vida con Dios. Y porque era mi camino recibí en esos años un entorno que me permitió profundizar mi relación con Dios y madurar espiritualmente hablando.
La atenta mirada de la Iglesia, que debía velar para ayudar a discernir esa nueva realidad, aportar esa sabiduría y corregir los desvíos, brilló por su ausencia. Y esos excesos de los que hablaba fueron ocupando más y más espacio en la vida comunitaria hasta que los abusos psicológicos y espirituales eran la norma. Eso terminó por decidirme a salir, detrás de otros que lo hicieron antes y poco después algunos más. Además de que finalmente la Iglesia expulsó al fundador tras darse cuenta de las tremendas desviaciones en que había caído.
Es una experiencia muy dura, imagino que como le pasa a todo aquel que ve su vida romperse en pedazos. Salir al mundo después de tantos años, teniendo que entrar en un mercado laboral que con cincuenta años y sin currículo se presenta como inalcanzable, con antiguas amistades que tienen su vida de la cual tú no has formado parte desde hace tanto…
Por suerte yo tenía a mi familia que me acogió y me ayudó con todo su amor y desde allí pude empezar a recoger los restos de mí misma que quedaban del naufragio. No es una experiencia que desee a nadie.
Intenté buscar ayuda donde creí que iba a encontrarla en la Iglesia a la que había entregado mi vida y que gestiona lo que queda de la comunidad. Lo que encontré fue una sonrisa llena de palabras vacías, «ya veremos, hay que hablarlo…», pero siempre dejando pasar el tiempo, tiempo que yo no tenía claro. Y el resultado final: «No se puede. No puedes recibir ninguna ayuda económica que te ayude a reinsertarte en el mundo, ni por los años que has entregado ni por todo el dinero que dejaste en la comunidad, porque fueron donativos». Pero el no se puede, no era por las razones pragmáticas que todos podríamos entender, por ejemplo, no hay dinero. No, el dinero está y si no las propiedades para los cuales tenemos compradores, pero no es una buena inversión hacer la venta ahora, todo ello envuelto en una serie de normas canónicas que te hacen chocarte con una pared tras otra. Y con semejante respuesta me tuve que quedar, en una sociedad de derechos donde la ley ampara a cualquiera que haya trabajado o estado casado durante tantos años, cuanto más cuando esta forma de vida abarca ambos ámbitos. Hablé con un abogado para saber qué posibilidades tenía, pero la respuesta no fue muy alentadora: «Será tiempo, dinero y todo probablemente para nada». Justo lo que no tenía, ni tampoco fuerzas para invertir en algo con un resultado tan incierto.
Así que ya con las ideas claras dirigí mi esfuerzo en reconstruir mi vida, desde cero en la mayoría de aspectos, excepto en las maravillosas personas que han sido mi apoyo, mi guía y el brazo donde apoyarme cuando ya no tenía fuerzas. Cinco años después y tras una larga travesía por el desierto estoy de pie a todos los niveles laboral, psicológico, espiritual.
Conocer Extramuros me permitió ver que mi caso no es ni mucho menos aislado y que lo que tienen todos en común es esa dejación de funciones de la Iglesia cuando alguien tiene que enfrentarse a la difícil situación de dejar la que ha sido su vida. Poder ayudar a los hermanos que se ven con tantas necesidades y con tan pocas manos a las que recurrir, me parece que es cumplir la parábola del buen samaritano y suplir el vacío inmenso que la Iglesia crea al levantar muros inquebrantables que resguardan su tranquilidad.