Por Hortensia López Almán
Llama la atención que, a día de hoy, los exconsagrados que se casan —aun cuando lo hagan por la Iglesia— o deciden vivir en pareja, sigan recibiendo incomprensión y sean estigmatizados por ello desde algunos sectores eclesiales.
Unos han dejado la vida consagrada porque han conocido a alguien con quien desean compartir su vida; otros, en cambio, deciden casarse o vivir en pareja pasado un tiempo, simplemente porque la vida continúa.
Unos y otros son estigmatizados por igual: el que deja la vida consagrada para casarse es tildado de infiel, y el que lo hace después de un tiempo confirma, según la mirada ajena, que la verdadera razón de su salida fue una infidelidad. Todo ello se sostiene con la frase tantas veces repetida: «Algo habrá hecho». Una expresión que pasa de boca en boca sin que nadie logre precisar qué es ese «algo», y cuya carga emocional parece referirse a un delito, aunque nadie especifique su gravedad ni presente pruebas o una sentencia condenatoria. Lo curioso es que, quien la escucha, la acepta sin cuestionarla.
Y, sin embargo, la historia de estas personas es profundamente humana.
Quienes así piensan lo consideran una caída vergonzosa: a sus ojos solo ven a alguien que abandona una vocación muy noble y sublime, y acaba casándose (en la mente de quienes sostienen esta idea solo está el voto de castidad, sin contemplar que la vocación religiosa abarca mucho más que eso). No conciben dejar la vida consagrada como una nueva etapa, un proceso de madurez y elección, un cambio de vida o un momento de crisis.
Quizás tampoco consideran noble y sublime el camino del matrimonio, o lo estiman menos noble y sublime… paradójicamente muchos de los que así opinan están casados.
Seamos conscientes de que no somos ángeles. Somos personas, es decir, cuerpo y alma. Estamos sujetos a un tiempo y un espacio, tenemos un cuerpo que cuidar, alimentar y vestir, y un alma que ama y es amada a través de ese cuerpo.
Es un hecho que las personas que han dejado la vida consagrada se ven abandonadas por la institución eclesiástica. El exconsagrado tiene que comenzar una nueva andadura sin aquellos que hasta ahora han sido su sostén: todo su entorno ha desaparecido. Debe buscar vivienda, trabajo, manutención… y también amigos. Amigos con los que compartir su día a día, sus penas y alegrías, sus éxitos y fracasos; amigos a quienes pedir consejo y orientación ante la resolución de los problemas que le van saliendo al paso y ante las decisiones que debe ir tomando; amigos que le hagan sentirse vivo.
Y en estas circunstancias, en ocasiones aparece alguien especial que le ofrece lo que la institución eclesiástica no le da: cariño, apoyo, seguridad, estabilidad. Pretender que una persona exconsagrada siga viviendo como cuando estaba en la congregación resulta absurdo, pues ya no cuenta con las mismas circunstancias ni el mismo entorno ni el mismo apoyo. Y, sin embargo, eso es lo que algunos esperan.
En nuestra asociación observamos que, por lo general, los exconsagrados que se casan o viven en pareja logran salir adelante con mayor rapidez. Ello se debe a que cuentan con una estabilidad económica y emocional de la que carece el exconsagrado que vive solo. Recordemos que, tras crear a Adán, Dios se dijo: «No es bueno que el hombre esté solo; voy a hacerle a alguien como él, que le ayude»[1] y creó a Eva, una mujer, hueso de sus huesos y carne de su carne[2]. En este mundo somos compañeros de vida, compañeros de camino. Y cuando resucitemos, «ni los hombres se casarán ni las mujeres serán dadas en matrimonio, serán como ángeles del cielo»[3].
Así vemos que el matrimonio es para este mundo y no para el otro. Y no se trata únicamente de amor, a veces es un contrato, un acuerdo para el bien de ambos. De hecho, para la mujer, hasta hace unas décadas, el matrimonio era su medio de vida, no se trataba solo de amor.
Aquí entra también la tendencia del ser humano a la comparación. Leon Festinger[4], a través de la Teoría de la Comparación Social, sostiene que las personas tenemos un impulso innato de autoevaluarnos para reducir la incertidumbre sobre nuestras propias habilidades y opiniones. Es decir, necesitamos obtener información rigurosa sobre nosotros mismos, nuestras opiniones y capacidades, para así poder autodefinirnos. Observando y analizando cómo actúan o piensan los demás, nos hacemos una idea de cómo nuestros comportamientos o pensamientos están siendo adecuados o aceptados.
Esta tendencia a compararnos con los demás se ha traducido, en el ámbito eclesial, en una comparación entre vida consagrada y vida no consagrada ―ya sea matrimonial o no―, y ha desembocado en considerar la vida consagrada como superior, olvidando que el bautismo nos iguala y quedando así infravalorado.
Resulta igualmente un problema de autoestima. La autoestima es la valoración que una persona hace de sí misma y no debe basarse en una comparación con los demás. Para alcanzar un buen grado de bienestar personal no se trata de compararse con nadie, sino de valorar lo positivo que hay en uno mismo.
Por tanto, no hay motivo para que vida consagrada y vida no consagrada entren en pugna. Son dos opciones igualmente válidas y nobles. Cada uno debe avanzar en el camino que ha escogido sin compararse con nadie, ni al alza ni a la baja.
Entre las muchas personas que atiendo, con frecuencia hablo con una mujer exconsagrada que se vio obligada a dejar la vida religiosa por ser víctima de abusos. Años más tarde se casó y sigue considerándose a sí misma consagrada a Dios. En una ocasión le oí decir algo muy bello: «Mi marido es el amor de mi vida y Jesús es el amor de mi alma». Esto último lo dijo con especial énfasis. Es madre de dos hijos y en su hogar cabe también amor para una mascota: un perro al que he visto acariciar con gran ternura. ¿Habrá quien piense que ha caído bajo?
El ejemplo por excelencia lo tenemos en la Virgen María, quien contrajo matrimonio porque no era bueno que estuviera sola. Mujer excelsa y sublime por encima de todas las mujeres.
En lugar de considerar una degradación que una persona exconsagrada se case, ¿a nadie se le ocurre pensar que quizás se trata de alguien muy especial a quien no le conviene estar sola?
Bibliografía consultada
Vélez, M. (2020, agosto) La teoría de la comparación social de Festinger. La mente es maravillosa.
https://lamenteesmaravillosa.com/la-teoria-de-la-comparacion-social-de-festinger/
[2] Gn. 2: 23.
[3] Mc. 12:25.
[4] Leon Festinger, psicólogo social estadounidense (1919-1989).