Con frecuencia oímos decir que los sacerdotes se sienten solos y esto propicia en más de una ocasión que abandonen el ejercicio de su ministerio y opten por la secularización.
Dos motivos provocan esta situación: la idealización que los laicos tienen de la vida consagrada y el clericalismo reinante.
La idealización tiene lugar cuando una persona considera a otra como un ejemplo de perfección, exagerando sus características positivas e ignorando las negativas; cuando alguien percibe que otro es mejor o tiene atributos más deseables de los realmente probados por la evidencia. Imaginar es preferible a la realidad.
La tendencia a idealizar nos conduce a relacionarnos no con la persona en sí, sino con una fantasía propia. La idealización puede constituir un lastre para cualquier relación debido a la excesiva carga que coloca sobre la figura del otro.
Tanto si esa imagen irreal se mantiene en el tiempo como si se desmorona al comenzar a intimar, en ningún caso contribuirá a formar una relación saludable. Hemos de ser capaces de ver a las personas consagradas tal y como son, amarlas y aceptarlas con sus virtudes y sus defectos, entender que son seres humanos y no seres superiores ni héroes de cómic con superpoderes. De lo contrario, no nos estaremos relacionando verdaderamente con esa persona sino con una quimera creada por nuestra imaginación.
Al verse idealizado, el consagrado no se ve tratado como lo que es, un ser humano, y por tanto no ve validadas sus emociones, no se le permite llorar delante de otros, ni tener un acceso de ira ni equivocarse. De esta manera su relación con los laicos no es todo lo buena que debiera ser, pues se ve continuamente colocado en un pedestal, y al final se siente solo. Ocurre que los religiosos al vivir en comunidad sobrellevan con más facilidad este aislamiento en el que los pone el laico. No así el sacerdote, que vive en soledad.
Otra causa que provoca esta situación es el clericalismo reinante.
El clericalismo designa una manera desviada de concebir el clero, una deferencia excesiva y una tendencia a conferirle superioridad moral.
Al dar una mirada al pasado, descubrimos cómo el sacerdote llegó a tener un estatus de sacralidad que le apartaba de la comunidad. “La edad media construyó la teología del sacramento del orden, centrada en la sagrada potestad y el carácter sacerdotal, dejando en sombra la dimensión de servicio a la comunidad eclesial; el presbítero empieza a llamarse con toda normalidad “sacerdote”, el cual existe segregado de la comunidad y del mundo, distinguido por encima de los fieles por su poder sacerdotal. No importa que sea mal sacerdote, que predique o no, que sirva o no a la comunidad o que la dañe con su anti-testimonio, que tenga fe o no, que sea o no sacramento de Cristo, lo esencial es el poder sagrado que posee; todo lo cual contradice los datos del Nuevo Testamento que habla en términos de servicio y no de poder (Mt 18,1-5; 20,25-27; Mc 10, 45; Jn 13,12-15; 1Tes 2,8; Flp 1,8). La relación no es ya la de la Iglesia primitiva: comunidad-ministerio, sino sacerdote-laico”.
El clericalismo puede estar favorecido por los mismos sacerdotes o por los laicos, de hecho, es un fenómeno que afecta a clérigos, consagrados y fieles laicos. Más aún, es una cultura, es decir, un conjunto de lenguajes verbales y no-verbales, un “modo de ser y de hacer”, que privilegia la misión del sacerdocio ministerial como factor determinante y casi único en la configuración, en la organización, en el discernimiento y en la toma de decisiones al interior de la vida eclesial. El clericalismo sofoca la especificidad de todo aquello que no es sacerdocio ministerial, particularmente, de la identidad laical.
Así vemos cómo el clericalismo aleja a los sacerdotes de su pueblo, y esto en lugar de favorecerlos, los perjudica.
El clericalismo además tiene mucho de machismo. Favorece la prevalencia del hombre sobre la mujer y la aparta de la vida eclesial. Todos los hombres han sido niños y han sido educados y gobernados por una madre, conocen por experiencia las cualidades y capacidades que tiene una mujer para gobernar. Es difícil entender por qué cuando alcanzan la madurez apartan a la mujer de la vida social y la restringen a la vida doméstica. En la Iglesia a la mujer en los últimos siglos se la ha apartado de todo papel social, reduciéndose a la oración y al cuidado de los demás, negándole el acceso al estudio, a la dirección, a la enseñanza e incluso a su propia autonomía, pues siempre debe estar sometida a un sacerdote. Esta actitud, que en la actualidad está en cambio, aunque pervive aún en la mente de muchos, igualmente va en perjuicio de los sacerdotes, pues todos los hombres —incluidos los sacerdotes— necesitan una madre en la vida adulta. Y el papel de la mujer, no solo en la Iglesia, sino de toda mujer, es ser madre¹. No debe existir predominio del hombre sobre la mujer, ni de la mujer sobre el hombre. Todos debemos convivir en armonía. De hecho, para muchos sacerdotes no es un inconveniente recurrir a una mujer y contarle sus problemas. Buscan el apoyo, la comprensión, los consejos y el afecto de una madre. Cualidades que solo una mujer puede dar.
El conjunto de conductas, creencias y prácticas sociales que promueven el enaltecimiento y la prevalencia del hombre sobre la mujer, no solo perjudica a la mujer, sino que daña al mismo hombre.
Pongamos al sacerdote en el lugar que le corresponde y así no se sentirá solo.
Hortensia López Almán
NOTA 1: En el plano espiritual.
Bibliografía consultada
Sanz, E. (2021, diciembre). Qué es la idealización. La mente es maravillosa. https://lamenteesmaravillosa.com/que-es-la-idealizacion/
Redacción Ceprome (2020, agosto) El clericalismo: antagónico a Cristo y al Evangelio. Ceprome Latinoamérica. https://cepromelat.com/el-clericalismo-antagonico-a-cristo-y-al-evangelio/
Guerra, R, (2024, septiembre) El clericalismo y los fieles laicos. Exaudi, Catholic News. https://www.exaudi.org/es/el-clericalismo-y-los-fieles-laicos/