La vida está hecha de elecciones. Algunas parecen pequeñas y cotidianas, mientras que otras transforman el rumbo de nuestra historia.
Lo que diferencia una decisión pasajera de una decisión trascendente es la conciencia con la que se toma y la consistencia con la que se sostiene a lo largo del tiempo.
Dar pasos conscientes significa mirar hacia dentro de uno mismo, reconocer valores, creencias y propósitos, y utilizarlos como brújula antes de avanzar.
Es comprender que cada elección tiene un impacto no solo inmediato, sino también en el futuro que deseamos construir.
Sin esta claridad, corremos el riesgo de vivir guiados por expectativas externas o por presiones momentáneas, sin coherencia con lo que realmente creemos.
La consistencia, por su parte, es el valor de permanecer firmes incluso frente a los desafíos. Decidir es un acto de libertad, pero sostener la decisión es un acto de fidelidad hacia uno mismo.
Muchas veces, el camino exige renuncia, disciplina y paciencia, pero es precisamente en esa constancia donde ocurre la verdadera transformación.
En mi trayectoria personal, este proceso fue decisivo.
Las fotos que comparto reflejan dos momentos distintos de mi vida: el período como religiosa y el tiempo después de dejar el convento.
Ambos capítulos nacieron de elecciones profundas y conscientes, que me invitaron a vivir de manera auténtica y coherente con lo que creo.
Más allá de los cambios externos, se trata de una historia de coherencia interna: aprender a honrar quién soy en cada etapa de mi vida.
Cada paso consciente me acercó más a mi esencia, y cada decisión consistente fortaleció mi libertad de vivir con verdad.
Por eso, quiero dejar una reflexión: nuestras elecciones son semillas.
Cuando sembramos con conciencia y regamos con consistencia, cosechamos una vida más alineada con lo que realmente importa para nosotros.