El crimen perfecto es un crimen hecho con tal planificación y capacidad que no deja sospechas y el culpable no puede ser encontrado. Un crimen perfecto es un crimen que no se detecta, no se atribuye a un autor identificable, no se resuelve o no tiene solución. Después de haberse cometido queda solapado porque no se reconoce como tal, de modo que no justifica una investigación. Un crimen que es (o parece probable que sea) incapaz de resolverse, lo que lo distingue de uno que simplemente aún no se ha resuelto.
Por lo general, la criminología afirma que no existe el crimen perfecto, sino la investigación imperfecta. José Miguel Mulet, investigador científico, afirma que no existe el crimen perfecto, existen crímenes que no se investigan lo suficiente.
El término se utiliza coloquialmente en la ficción, especialmente en la novela negra y en el cine negro, originando un sinfín de historias salidas de la mente de un escritor o guionista, cada cual intentando ofrecer al lector o espectador un crimen planificado con perfección y llevado a cabo de forma magistral, hasta tal punto que si no pretenden que simpatice con el criminal, sí que admire su inteligencia y precisión a la hora de ejecutarlo.
Pues bien, voy a hablaros de un crimen perfecto y basado en hechos reales.
Se trata del abuso de poder y de conciencia dentro de la vida consagrada.
Es un crimen perfecto porque no deja huella como tal, no se produce una investigación judicial e incluso la propia víctima no lo detecta como crimen o delito porque se siente culpable del mal que padece.
En un abuso dentro de los muros de la vida religiosa entran en juego cinco tipos de personajes: el abusador, la víctima, el entorno, los superiores y los familiares.
El abusador, mediante un proceso de acoso moral o de maltrato psicológico, puede conseguir hacer pedazos a otro. En palabras de Marie-France Hirigoyen, psiquiatra francesa, el ensañamiento puede conducir incluso a un verdadero asesinato psíquico.
Abusando de su autoridad y malinterpretando el voto de obediencia, por medio de agresiones derivadas de un proceso inconsciente de destrucción psicológica, acciones hostiles evidentes u ocultas (órdenes absurdas, humillaciones, vejaciones…), por medio de palabras aparentemente anodinas, de alusiones, de insinuaciones o de cosas que no se dicen, un superior consigue desestabilizar a un subordinado o incluso destruirlo, sin que su círculo de allegados llegue a intervenir.
Este tipo de agresión se basa en una intrusión en el territorio psíquico del otro.
El primer acto del abusador consiste en paralizar a su víctima para que no se pueda defender. De este modo, por mucho que la víctima intente comprender qué ocurre, no tiene las herramientas para hacerlo.
La víctima, en tanto que víctima, es inocente del crimen por el que va a pagar, es inocente de la agresión que recibe. Sin embargo, resulta sospechosa incluso para los testigos de la agresión.
La víctima adopta la culpabilidad del otro y la interioriza, no deja nunca de preguntarse por su propia parte de culpabilidad. El agresor descarga sobre ella la responsabilidad de lo que no funciona.
En la relación entre superior y subordinado no hay simetría, cuando el superior abusa de su poder ejerce una dominación sobre el súbdito que le imposibilita reaccionar y detener el combate. Por eso se trata de una agresión. El establecimiento previo del dominio ha desterrado la posibilidad de decir “no”. La negociación es imposible; todo es impuesto. Para la víctima dejarse arrastrar a esta situación es una forma de defenderse.
El entorno no suele escuchar a la víctima cuando pide ayuda. Esta ha sido previamente aislada por el abusador. Sus hermanos de consagración prefieren mantenerse al margen, están sometidos a la misma manipulación, todos son víctimas y verdugos. Para romper el hielo se necesita clarividencia y valentía.
Las personas allegadas tampoco atienden con seriedad a la víctima, como si la víctima no pudiera ser inocente. La gente se imagina que la víctima consiente tácitamente, que es cómplice y/o culpable de la agresión que recibe. Cuesta admitir que un superior religioso sea responsable de tanto mal.
Cuando la víctima recurre a un superior en el orden jerárquico para denunciar lo que está sufriendo, tampoco se ve atendida. Muchos superiores permiten que un religioso que ostenta un cargo dirija a sus subordinados de un modo tiránico, y las consecuencias para los subordinados son devastadoras.
La víctima solo recurre a sus familiares cuando la situación llega al límite, y estos tienen una reacción similar, no la escuchan de forma personal, su primera reacción es conocer el parecer del superior. Así la víctima de nuevo se ve ninguneada.
Todos somos testigos de ataques perversos en uno u otro nivel, ya sea en la familia, en la empresa o en otros ámbitos. Sin embargo, cuesta mucho admitir que esto sucede de igual modo en la vida consagrada.
Pues bien, si confluyen estas cinco reacciones entonces se da el crimen perfecto.
Nadie va a decir nada. El abusador calla, la víctima calla, el entorno calla, los superiores callan, los familiares callan: El crimen perfecto.
Si uno solo de estos agentes rompe el silencio, el crimen deja de ser perfecto y abre así la puerta de la justicia.
Si eres uno de ellos, no te calles. Denuncia, actúa, habla.
Hortensia López Almán
Bibliografía consultada:
Hirigoyen, M., El acoso moral. El maltrato psicológico en la vida cotidiana, Barcelona, Paidós, 2020.