DESHACIENDO OBJECIONES

Por Hortensia López Almán

Las personas secularizadas deben soportar frases articuladas de forma mecánica, sin ser un pensamiento propio de quien las pronuncia ni fruto de su reflexión personal. Son expresiones que funcionan como mantras, que pasan de boca en boca y cuyo carácter repetitivo las vacía de contenido, resultando dolorosas para el secularizado, pues se ve juzgado y no escuchado. Frases que bien analizadas carecen de sentido.

Por algo será. Con estas palabras, pronunciadas siempre con menosprecio, se da por hecho que el secularizado ha abandonado la vida religiosa por haber tenido un mal comportamiento. Claro que se marcha por algo, todo tiene un motivo, las causas por las que una persona abandona la vida consagrada son muchas y siempre graves, y no tiene por qué decirlas. Además, hay que tener en cuenta que la persona está sufriendo, son unos momentos muy dolorosos para ella. La actitud correcta es acercarse ofreciendo un hombro amigo: ¿Necesitas ayuda? ¿Puedo hacer algo por ti?

Algo habrá hecho. Al igual que la frase anterior, pronunciada con desdén, se juzga que el secularizado ha cometido alguna mala acción que le ha llevado a dejar lo que con tanto amor abrazó. Pues en los años de consagración ha hecho muchas cosas, buenas y malas, se ha entregado, se ha dado a los demás, ha cometido errores, ha trabajado, ha sufrido, ha luchado… Se juzga que la causa por la que deja la vida consagrada es por propia culpa y se anula toda su vida anterior. Llama la atención que cueste tanto tender la mano a quién en tantas ocasiones se la ha tendido a los demás: ¿Qué puedo hacer por ti? Si necesitas a alguien con quien hablar, aquí me tienes.

Ha dejado la Iglesia. Pues no. Una persona secularizada no ha dejado la Iglesia. Está bautizada y el bautismo imprime carácter. Ni el que vive en pecado mortal deja de ser miembro de la Iglesia. Solo aquel que firma una apostasía de forma voluntaria abandona la Iglesia y la persona secularizada simplemente cambia de estado. Con este pensamiento erróneo se justifican los que les dan la espalda. A los protestantes les llamamos hermanos separados, y a los secularizados ¿qué nombre le atribuimos?

No tenía vocación. Admira la facilidad con que ciertas personas juzgan a otras. Nadie puede saber si otro tiene vocación o no, esto pertenece al ámbito de la conciencia. Si físicamente una persona abandona un convento, que no es más que un edificio construido por hombres, se concluye que no tenía vocación y así se cierra los oídos a sus denuncias, a sus quejas, a su petición de ayuda. Pues:

El que tiene vocación lo aguanta todo. ¿Qué quieren decir con aguantar todo? ¿Aguantar malos tratos? ¿Abusos de poder, de conciencia, espirituales, sexuales? Quien piensa así, ¿qué pretende que soporte una persona consagrada? ¿A una priora narcisista, a un superior megalómano, a un hermano psicópata? No todo vale. La vida consagrada también hay que cuidarla.

La entrega a Dios tiene que ser plena. De esta manera se juzga que el hecho de dejar la vida religiosa es sinónimo de no entregarse plenamente a Dios. Simple, abandonas un edifico de piedra o de ladrillos, cambias la forma de vestir y, hecho, tu entrega a Dios no es plena. Asombra que muchos de los que pronuncian estas palabras afirman haber estudiado teología.

Atacar a la Iglesia. Cuando una persona consagrada busca ayuda y cuenta los abusos que padece, se encuentra muchas veces con esta frase. Frase repetida hasta la saciedad, que no es más que un eslogan perverso creado por los abusadores para que la víctima no denuncie. Curiosamente solo se dice que se ataca a la Iglesia cuando alguien denuncia un delito cometido por una persona consagrada, pero si el delito lo comete un católico laico no consagrado, nadie lo interpreta así. Aquí fallan varias nociones. Por una parte, identificar vida consagrada con Iglesia, por otra, interpretar una denuncia como un ataque, siendo justo lo contrario, porque quien denuncia lo que hace es defender sus derechos. Además, quien denuncia abusos, denuncia a una persona concreta por unos hechos concretos, en ningún momento está refiriéndose a toda la institución y tampoco es un ataque doctrinal.

Denunciar es antievangélico. Pues Jesús en el evangelio nos dice: “Buscad el Reino de Dios y su justicia y todo se os dará por añadidura” (Mt 6,33).

Denunciar es hacer daño. El daño lo hace el agresor no la víctima. Hay que denunciar, pues el mal hay que combatirlo y erradicarlo.

Es mejor callar. Estas palabras son pronunciadas por aquellos que ponen a la institución por encima de la persona, los que no quieren escuchar. Que ellos no quieran escuchar no quiere decir que los demás tengan que callar. Los que pronuncian este eslogan no son conscientes de que están desafiando a la palabra de Dios, pues Jesús nos dice en su evangelio que nada quedará oculto (Mc 4,22). Y cuando los fariseos le pidieron que mandara callar a sus discípulos, Él les contestó: “Os aseguro que, si estos callan, gritarán las piedras” (Lc 19, 40).

No se puede vivir bajo el paraguas de la Iglesia. Frase que se le dice a un exconsagrado cuando reclama el derecho de ser asistido por la institución, tal y como aprueba el canon 702§2 del Código de Derecho Canónico: “El instituto debe observar la equidad y la caridad evangélica con el miembro que se separe de él”. Además, se comete el mismo error de antes al equipar Iglesia con vida consagrada.

La consagración es para siempre. Palabras pronunciadas con desdén que pretenden crear un sentimiento de culpabilidad en la persona que abandona la vida consagrada. El compromiso es por ambas partes, tanto la persona que se consagra como la congregación y la comunidad que la recibe se obligan a cuidarse y respetarse mutuamente. El “para siempre” es para los dos. La comunidad y la congregación también tienen unas obligaciones que cumplir.

Todos estos errores son fruto de una idealización de la vida consagrada que infravalora el bautismo. No olvidemos nunca que la vocación primera es la bautismal y que el bautismo iguala.

 

 

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