CLAMORES Y SILENCIOS

Sanando una herida de abuso sexual en una congregación religiosa

Este artículo trata sobre la sanación de heridas de abuso en las congregaciones religiosas. El punto de partida es una experiencia personal de dolor vivida en una congregación, sufrí de abuso sexual por parte de una religiosa hace unos años en la misma comunidad en la que fui formanda un tiempo. Como fruto de haber sido acompañada por mi familia, amigos/as, y distintos profesionales hoy puedo escribir estas líneas con mucha esperanza de que los tantos testimonios que existen abran caminos a la reparación de las víctimas y sigamos encontrando herramientas de acompañamiento para que los abusos no sigan sucediendo. Es posible creer en una vida distinta, este mal a muchos les ha costado la vida, algunos se suicidaron y no pudieron ponerle voz a su dolor. Este escrito es por la memoria de los que ya no están y por los que están, pero no logran resignificar su trauma, por aquellos que no se animan a salir de sus congregaciones y están siendo abusados actualmente. Mi pretensión no es “enseñar” un tema, sino construir entre todos nuevos caminos colectivos, que se puedan generar espacios de dialogo, ¡juntos por una cultura del cuidado y la prevención!

Como les contaba, fui formanda en una congregación religiosa en el año 2007, en ese momento fui abusada por una de las hermanas de la misma congregación. Pedí ayuda, pero justo a la hermana que se lo pedí, años más tarde, me entero de que mantenía una relación amorosa con la otra hermana. Pasaron los años y por medio de distintos tipos de terapias logré salir adelante, pero sigo estando diagnosticada con trastorno por estrés postraumático crónico. Actualmente cuento con un equipo de terapeutas que de manera interdisciplinaria me acompañan. No pude ser religiosa pero mi pasión por la vida consagrada nunca desapareció, al contrario, crece con los años. Después de muchos procesos me encontré conmigo misma, me encontré con el corazón de mi vocación: la vida consagrada.

El trauma es una lesión o daño físico y psíquico que irrumpe en la vida de la persona como consecuencia de un evento amenazante o estresante. Cuando registramos el trauma estamos identificando aquello que causó un daño a nuestra salud mental-física-espiritual, que puede manifestarse por medio de recuerdos devastadores, enfermedades físicas, psicológicas o psiquiátricas. Así como existen los traumas “personales”, existen lo que aquí llamaré “trauma congregacional”, me refiero a aquellos que suceden al interior de la congregación produciendo un duelo a toda la comunidad religiosa. Causando como síntomas el silencio de los integrantes sobre lo sucedido o la capacidad de verbalizar el evento traumático y buscar ayuda. ¿Qué hacer frente a nuestros traumas? Es importante respondernos esta pregunta porque, así como tratamos nuestras heridas es como abordaremos las heridas a nivel congregacional. Los traumas son para amarlos, sí amarlos. ¡Con amor se sana hasta lo que creías imposible, hablarnos con ternura a nosotros mismos y ser capaces de abrazar nuestro dolor para resignificarlo es un aprendizaje que valdrá la alegría siempre!

Entonces tenemos acá el primer modo de abordaje de un trauma: el amor. Luego es necesario darle nombre al evento doloroso. Una vez me dijeron: «solo en la palabra dicha se puede ser libre». Y es así. Me dijeron esas palabras y nunca las olvidé, la libertad radica en la expresión auténtica de mi cotidiano. Darle nombre es algo que me costó mucho respecto al abuso sexual que sufrí en la congregación, al principio no le conté a nadie porque no tenía palabras para explicarlo, por eso poder ponerle voz al daño sufrido es fundamental. Para elaborar el trauma personal también es necesario aceptar nuestros sentimientos, recibirlos, reconocerlos, aceptarlos, no rechazarlos. Buscar ayuda profesional por supuesto, caminar con otro nos aporta herramientas y mucha sabiduría. Aquí me gustaría introducir el término “trauma congregacional” en la que me refiero a un tipo de trauma que afecta a las congregaciones religiosas, caracterizado por entornos que a veces normalizan el abuso y donde las políticas y procedimientos ante esto es poco claro, pero en definitiva son heridas que marcan la historia de la congregación.

Síndrome del consagrado maltratado

En la práctica clínica he observado numerosos casos de consagrados/as maltratados psicológicamente e incluso físicamente. Se habla de miles de mujeres que son maltratadas y asesinadas por su pareja cada año, pero poco se habla de los padecimientos emocionales de algunos religiosos. La violencia tiene múltiples formas de manifestarse en una comunidad religiosa, en la que muchas veces optan por guardar silencio, por miedo o por complicidad con las personas que ejercen violencia sobre otros. Así como también existen algunos que deciden darle poder a la palabra, en la palabra dicha radica la liberación emocional. Por medio de los numerosos síntomas que muestran los religiosos que sufren esto, propongo el término “síndrome del consagrado maltratado” como la psicopatología que sufre este colectivo. Un síndrome es un cuadro clínico característico de una enfermedad. Los síntomas que se presentan en estos casos son:

1) dificultad para identificar emociones y sentimientos

2) miedo a poner en palabras lo que están viviendo

3) crisis de llanto severos

4) ataques de pánico

5) fobias específicas

6) temor a la oscuridad

7) autoagresión

8) insomnio

9) baja autoestima

10) sentimientos de culpa

11) complejo de inferioridad

12) depresión

13) estados de angustia y tristeza

Con maltrato al consagrado me refiero a todo religioso que esté padeciendo violencia psicológica y/o física por parte de otro consagrado o cualquier autoridad eclesial.

 Somos loto sagrado

El término víctimas, sobrevivientes, o personas vulnerables nunca me gustó para referirse a nosotros, los que sufrimos de algún tipo de abuso en ámbitos eclesiales. Las víctimas de abuso son personas que han sufrido daño o violación de sus derechos humanos a causa de un delito o de una acción violenta. El abuso puede ser: de poder, de conciencia, espiritual, o físico. Ciertamente nos dolieron estos daños, por lo cual tampoco es incorrecto hablar de víctimas. Con el tiempo, en algunos países, surgieron asociaciones de personas que han padecido alguno de éstos mencionados a los que se les llama sobrevivientes. En algunos libros sobre estos temas leí la expresión personas vulnerables. Es verdad todo, pero a mí me gusta llamarnos loto sagrado. Y este término aplica a todo ser humano, no solo a los que sufrimos estos padecimientos. La flor de loto, o también llamada loto sagrado, tiene muchos significados, entre ellos la pureza, la espiritualidad, el nacimiento, la fertilidad y la belleza, entre otros. Y en algunos países es considerada sagrada, es una planta acuática que crece en el lodo (en lugares con agua, como estanques, lagunas o pantanos). Considero a estas flores fuertes y con capacidad de “resiliencia”, como los que vivimos eventos traumáticos desde los que también hemos renacido luego de un profundo trabajo personal. El lodo de los abusos eclesiales que azotan a la Iglesia católica no ha dejado de clamar, así como también ha ocultado en numerosas ocasiones la realidad de los hechos. Clamores y silencios circulan entre nosotros, pero hoy queremos alzar nuestra voz, nuestra historia, y ser lotos sagrados. Resurgir del lodo para tender a la unión con Dios, para perdonar y seguir adelante. El perdón es posible porque lo viví en “carne propia”.

 

Todo lo que viví me enseñó a valorar la vida, es raro mirar el abuso como una instancia de aprendizaje porque realmente fue horrible, caí en depresión por un tiempo y hasta intenté quitarme la vida. Pero con ayuda de todos los que me rodeaban la vida volvió a ser un atractivo para mí, volvió a ser una opción para mí. No todo estaba perdido, pasé de rechazar mi cuerpo sintiéndolo sucio constantemente por los efectos del estrés postraumático y la depresión, a reconocer mi cuerpo como templo del Espíritu Santo. Pasé de guardar silencio por miedo a ponerle voz a mis heridas y a tantos dolores silenciados de personas que pasaron por la misma situación que yo. Conectar con mi esencia, con mi interioridad, me trajo a la vida una vez más. Hasta volví a sentir que tengo una misión, una vocación. De verdad les digo cuando lastiman tanto tu cuerpo durante un abuso que duró como cuatro meses en mi caso, uno llega a sentir que nada tiene sentido, e incluso a dudar de la existencia de un Dios que cuida, que ama. Pero mi fe no cambió, nunca sentí que Dios me había olvidado, simplemente experimentaba como esta realidad chocaba con el Misterio, como así lo es la muerte. Un día comprendí que mi angustia y tristeza podían acompañar otros procesos, procesos de otras personas. Y de repente mi empatía por estas realidades se amplió, me redescubrí con capacidad de ponerme en el lugar del otro y llorar con el otro su dolor. El abuso sexual que sufrí en la congregación religiosa fue antes de comenzar mi carrera de psicología y en la actualidad considero que lo aprendido en la Universidad por supuesto que es lo que me brinda las herramientas y conocimientos teóricos para mi quehacer profesional, pero mi historia personal también se volvió una fuente de conocimiento, una fuente de Vida. Por eso no somos víctimas, ni sobrevivientes, ni vulnerables, somos loto sagrado. Capaces de abrazar con esperanza la vida.

 

 

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Asociación Extramuros
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