Carta de una carmelita descalza de corazón

Carta de una carmelita descalza de corazón, obligada a firmar la renuncia por su superiora con la palabra obediencia

¡¡¡Alabado sea Jesucristo!!!

Me gustaría que conocieran mi nombre y mi rostro, queridos hermanos, pero por ahora debo mantenerme en el anonimato, he decidido presentar mi caso en Roma, aunque muchas consagradas me dicen que es inútil, que es como llevar papel mojado. Es triste y doloroso ver cómo tantos consagrados pasan por lo mismo que yo y por no tener ayuda se quedan afuera de sus comunidades. Este testimonio lo he intentado escribir muchas veces, hoy en este día de dolor profundo en el que una noche más no he logrado dormir, por fin me salen las palabras adecuadas, amo a Jesucristo con todo mi ser, a la Iglesia Católica, a mi vocación y a mi Orden con todo el corazón. Me hace feliz vivir como consagrada, no hay mayor felicidad que ser de Dios, pero me duele ver lo que está pasando, por eso hablo, no quiero atacar a nadie ni que nadie se sienta ofendido. Me duele tener que ser yo la que hable y cuente esto que he oído repetir muchas veces, no solo en mi historia, sino en más hermanos que se han quedado callados como yo. Lo he hecho por tres largos años. No existe ninguna comisión en Roma que prevenga e investigue este tipo de casos, no existe ninguna casa de acogida para las consagradas que están sufriendo algún abuso o lo han sufrido.

Esta es mi historia personal. Entré a los 18 años al carmelo descalzo totalmente enamorada e ilusionada. Quería y aún quiero ser santa como esos grandes santos carmelitas, he sido muy feliz, el carisma carmelita descalzo llena mi alma y corazón. El encuentro con Dios en el silencio, la vida de oración, el clima de fraternidad, al principio me costó porque yo estaba acostumbrada a vivir como hija única, convivir con tantas hermanas e intentar romper mi timidez, he tenido que pelear varias luchas conmigo misma y mi ego al tratar de ser amiga de todas como lo quería santa Teresa nuestra madre. Mi papá murió cuando yo tenía tres años, mi mamá falleció al año y medio de mi entrada al convento. Tengo solo un hermano que después de haber estado seis meses en el seminario salió para convertirse en un típico errante sin destino. Se alejó de mi familia y ha hecho cosas muy dolorosas para él y para mí. Vivía en Estados Unidos cuando mi mamá murió, por eso tuve que salir del convento muchas veces para resolver temas de herencia familiar que al final terminó en manos de mi hermano que derrochó todo. Dividí mi vida en dos, desde la muerte de mi mamá intenté separarlo, pero todo este tema familiar jamás tratado me terminó comiendo el corazón junto con los malos tratos vividos dentro de la comunidad. Sin darme cuenta me hice muy codependiente con mi superiora. Hablo solo de una porque ella es la que se reelige una y otra vez, la típica narcisista que todo lo hace perfecto. Después de ella solo hay una hermana que cuando obligatoriamente tiene que descansar tres años ocupa su cargo. Eso se repite una y otra vez sin dejar que las hermanas ocupen el cargo ni de superioras ni de ecónomas, porque esta superiora ejerce el cargo de ecónoma y superiora. También en un periodo fue mi maestra cuando fui novicia. Pasaba constantemente a revisar que todo estuviera limpio y en orden. Hacía capítulo de culpas para el noviciado cada 8 días en las que 4 formandas teníamos que acusarnos de todo lo malo que habíamos visto hacer a la otra hermana. Yo era muy miedosa, nerviosa y esta relación con esta superiora que intenta siempre callar a todas las hermanas, controlar todo, hacerse responsable de todo, me hizo ser muy sumisa, extremadamente ayudadora, quería que me aceptara y lo único que propicié fue un profundo rechazo de parte de ella. Siempre que ella estaba en la cocina corría a ayudarla sin que ella me lo pidiera o quisiera mi ayuda. Hacía todo por tal de que me quisiera. Se volvió una relación ““madre e hija”. Ella tiene el nombre parecido a mi mamá, por lo tanto, mi inconsciente que no aceptaba la pérdida de mi mamá quiso recuperarle en esta hermana, también enferma de poder y codependencia porque ella siempre ha sido manipulada y dependiente de la fundadora de la comunidad que casi llega a 100 años de edad. Hermana que tiene Netflix en su celda junto a su precioso perro Pomerania que duerme con ella, su computadora, teléfono celular y de casa, en el que escucha cada que puede las llamadas de las hermanas, no solo ella sino también la superiora que es elegida constantemente. A mí me escucharon por mucho tiempo las llamadas, pero yo al igual que todas las hermanas me quedé callada para evitar problemas, es aquí donde me paro y te pregunto a ti que me estás escuchando, que eres un fiel católico, ¿dónde están los valores humanos que Jesucristo nos enseñó, el valor de respeto ante el otro que es mi hermano y la prudencia? Estas superioras no paraban de decir que son la mejor comunidad, que nadie nos trataría como esta comunidad, cuando nos ven como sus sirvientes y no como hermanas quisiera que mi caso se conociera en todo el mundo, y que valoráramos el valor humano de nuestros consagrados.

Hay muchos abusos que sufrí, pero solo mencionaré un episodio, el que más recuerdo, los demás los he bloqueado algunos dentro de mi memoria. Yo, durante casi 9 años en la comunidad, jamás había salido a una reunión de religiosas de la diócesis. Un buen día de mucho trabajo, la superiora decidió que era el día de que saliera yo con ella a una de esas reuniones. Cuál fue mi sorpresa que al salir me echó un gran regaño porque yo no llevaba bolsa y no había pasado a comulgar junto con ella, pues para ella yo tenía que haber sabido (ya les dije jamás había salido) que las hermanas perfectas son las que salen con bolsa a las reuniones y pasan juntas a comulgar. No sé cómo tenía que haberlo sabido, pues ella nunca me lo había dicho y nadie más. Estas y más cosas con la palabra obediencia y perfección tienen que soportar muchas consagradas en sus vidas cuando son solo caprichos de una mente enferma que enferma a toda su comunidad. Todo esto y muchas más cosas me llevó a sentirme frustrada, inútil y poco amada por mis hermanas. Tenía una autoestima por los suelos, era callada, hablaba con voz infantil y tenía un comportamiento aniñado, sufría en silencio sin saber qué triste es ver que hemos reducido la santidad de una hermana consagrada por su grado de agradar a la superiora en todo lo que hace, que mire siempre para abajo, que no diga nada de lo que ella piensa, que está mal que se queje que le escuchen el teléfono y le revisen constantemente sus pertenencias, su cuarto y su baño, que se quede siempre callada y que a todo diga que sí, que su opinión no cuente porque, como siempre me dijeron, yo no era nadie en la comunidad para opinar ni aún después de mi profesión solemne, que podía incluso insultar a mi familia y que yo tenía que soportar todo en silencio por amor a Dios. Pues todo esto y más me llevó a un alto grado de depresión y ansiedad sin darme cuenta, aunque esta superiora si lo sabía, porque después de mi salida lo ha dicho: “¿Cómo es que una carmelita descalza puede pedir ayuda psicológica?”. Porque yo lo necesitaba y nunca fui atendida.

Estando adentro mi instinto de supervivencia y mi alto agotamiento mental y espiritual me llevaron a inventar que quería salir a una fundación con un sacerdote abusivo que llegó a la comunidad y así poder salir sin que la superiora me acusara de que yo le estaba echando la culpa de mi enfermedad. Sí, tuve que mentir para salir, para que ella no se fuera más todavía en mi contra, porque si decía que ella no quería atenderme se iba a ofender más y tenía miedo, mucho miedo.

Aunque yo quería un permiso por lo menos por una semana para ser atendida médicamente, ella nunca quiso darme el permiso. Yo se lo supliqué durante mucho tiempo, su repuesta era no, que la única forma de salir era renunciando a mis votos. Intenté de todas las formas posibles, pero es que, para ella, que yo saliera era una afrenta a su comunidad. Yo solo quería estar bien, recuperarme y volver.

Me privó de hablar con mi familia. Durante tres meses aproximadamente nadie me hablaba. Después de casi no hacer reunión capitular, o sea, comunitaria, la hacía casi a diario solo para presionarme psicológicamente. Las hermanas salían siempre con diferentes disposiciones. Así ni un día sin hablarme, otro sin quererme ni mirar tirándome palabras hirientes, que era una loca, que mis ideas estaban mal. Como dije lo del padre fue un sistema que creó mi mente para escapar de esta situación tan dolorosa, pues yo me empeñaba en continuar porque es mi vocación, es mi felicidad vivir el carisma del carmelo descalzo, pero no de esta manera tan atroz que destruye al ser humano. Al final de los tres meses la superiora decidió dejarme hablar con mi tía que vive en Estados Unidos. Lo único que hice fue llorar durante toda la llamada. Mi tía me escuchó tan mal que decidió pedirle a mi hermano y a unas amigas que fueran por mí al convento. Mi hermano fue al día siguiente por mí. La superiora no quería dejarme salir con el pretexto de que no había llegado la carta de Roma de la dispensa de mis votos solemnes. Quiero decir que yo siempre hasta el último momento dije que no quería renunciar, ella me manipuló diciéndome que fuera obediente y firmara. A tal grado llegó mi codependencia hacia ella y mi sometimiento que me redujo a no poder hacer mi propia voluntad, sino el capricho de una superiora que jamás me vio como una hermana de verdad, pues si lo hubiera hecho no le habría causado tanto daño.

Mi familia tuvo que amenazarla con denunciarla por secuestro para que me dejara salir.  Cabe señalar que, aunque salí con los votos solemnes, no me dejó salir con hábito. Me revisó que no lo llevara, aunque mi mamá me había cosido mi primer hábito como carmelita descalza.

Como mencioné antes, escribí mi testimonio y he decidido hablar porque mi historia se repite constantemente. El problema es que la mayoría de nosotras nos sentimos culpables por todo, cuando los responsables de que esto cambie se quedan callados. Yo no acudí a ninguna autoridad porque fui manipulada para no hablar durante mucho tiempo. Muchas personas hablan sobre que es la cruz que no hemos podido llevar, que nos falta oración y unión con Dios, que no sé obedecer cuando fue lo que siempre hice y por eso firmé mi carta. Fue obedecer hasta el final. Esto me ha destruido profundamente y me ha hecho pensar que no era mi vocación, cuando realmente lo que viví durante mucho tiempo fue el abuso de poder de una persona enferma que me vio como un objeto y no como una verdadera hermana, como hija y un don de Dios para el carmelo descalzo y para la Iglesia Católica, tan necesitada de oración.

Al salir tuve que vivir un programa para consagradas llamado Kairós para recuperarme de la depresión. Estoy muy agradecida por la ayuda psicológica que me dieron. Lamentablemente donde también intentaron por mucho tiempo callarme de lo que viví y hacerme sentir solo a mí la responsable de todo, cuando también existe no solo mi responsabilidad, sino también la de la superiora.

No soy la única que ha sufrido de este tipo de abusos, no quisieron apoyarme para que pueda poner la denuncia en Roma. ¡Qué triste ver que todos callan solo para protegerse, para proteger su reputación sin importarles el daño que causan a la Iglesia! Recordemos que todos somos miembros de nuestra Iglesia y a nosotras, las consagradas, al no hablar sobre el abuso de poder y el abuso de conciencia que se viven dentro de las comunidades —todos somos hermanos— y algún día tendremos que dar cuenta de nuestros pecados de omisión ante el dolor de los demás.

Sé que ser esposa de Jesús es mi misión en la tierra, el carisma del carmelo descalzo es mi pasión, la verdadera libertad espiritual, la sanación de nuestras pasiones con la fe, la esperanza y la caridad es la que me ha mantenido viva, porque me mataron en vida al manipularme de esa forma para que actuara en contra de mí misma. Perdono de todo corazón a la superiora que me hizo tanto daño y veo la mano de Dios en mi vida, le pido a Él que me sostenga. No hay nada que me haga más feliz que ser Esposa de Jesús, Él me da la verdadera libertad espiritual y espero de todo corazón me siga concediendo ser suya, solo suya por toda la eternidad. Entrego a Dios mis sufrimientos y también todas las alegrías de ser solo suya. He vivido momentos muy alegres y felices siendo carmelita. No todo es oscuro y gris. Ser solo de Dios llena mi alma, mi mente y corazón, de Él, todo su amor, deseo ser feliz y algún día poder vivir en paz en mi amado carmelo, mi cielo en la tierra. Lo único que me contenta es contentar solo a mi Dios, las creaturas humanas un día te quieren y al otro te desean lo peor. La vida consagrada es realmente esto, ser solo de Dios y pertenecerle solo a Él y permanecer aumentado en el amor de Dios. Cuando vivimos en la vanidad del mundo, no solo nos dañamos a nosotros mismos, sino que dañamos a nuestros hermanos que viven a nuestro lado queriendo que cumplan nuestros caprichos y no la voluntad de Dios. Necesitamos una vida religiosa congruente con valores cristianos de verdad y sanar de verdad nuestras heridas. Ser conscientes de que el otro, mi hermano y hermana, es un don de Dios, un regalo del cielo donde descalzar mis pies, porque es un santuario donde Dios habita y si viviéramos de verdad los valores que Jesús nos enseña, viviríamos más plenos, más felices. No hay nada más triste que un triste santo y la opresión y el control enfermo nos hace vivir en el dolor y en la opresión, no en la libertad de hijos de Dios.

Sueño con terminar mis días dentro de un carmelo, un carmelo de verdad, como lo quería santa Teresa de Jesús, lleno de amor de unas con otras y no de ansias enfermas de poder y control sobre las hermanas. Un carmelo donde reine el Corazón de Jesús y el Inmaculado Corazón de María. Todas las que hemos sido llamadas a la vida consagrada necesitamos ser amadas por las hermanas, valoradas como personas, como Dios nos ama, sin ansias de ser más unas que otras, sin divisiones internas, sin bandos. Es verdad que no habrá aquí en la tierra comunidad perfecta, pero sí tenemos que luchar por instaurar el Reino de Jesús aquí en la tierra.

Eso pido a Dios en mi oración diaria, que las consagradas que hemos tenido que salir de las comunidades por el abuso de las hermanas, seamos escuchadas, que nuestras voces resuenen y que Dios nos permita seguir adelante acompañadas por la santa Iglesia Católica. Dios quiere religiosos santos, plenos y felices, no creo que Dios quiera religiosos oprimidos, tristes y amargados por tanto dolor y sufrimiento diario. Conozco y tengo amigas de diferentes congregaciones que han tenido que enfrentar muchos más abusos que yo y es cuando me pregunto y le pregunto a Dios ¿hasta cuándo sus religiosos tendrán que vivir tanto dolor por seguirlo? ¿Cuándo nos valoraremos como hermanos de verdad? Quien no se sienta capaz de observar los votos religiosos que salga, sea feliz y deje feliz a los demás hermanos. ¿Por qué tenerlo que herir con diferentes abusos?

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