Las uniones de superioras y superiores generales (USIG) crean una comisión para estudiar el síndrome de burnout (síndrome del trabajador quemado)
El síndrome del trabajador quemado afecta también a las monjas, las religiosas que se dedican a servir en estructuras de la Iglesia o de los altos cargos de la institución sufren a menudo el síndrome del trabajador quemado o burnout, una enfermedad reconocida por la Organización Mundial de la Salud (OMS) que se produce por el estrés crónico en el lugar de trabajo. Las uniones de superioras y superiores generales (USIG) crean una comisión para estudiar este síndrome. Según el suplemento femenino del diario vaticano L’Osservatore Romano, ‘Mujer, Iglesia y Mundo’, muchas monjas están sujetas a una estricta jerarquía eclesiástica, sin contrato laboral ni reglas específicas, que las puede empujar a sufrir este síndrome.
Estrés postraumático
La monja australiana Maryanne Lounghry, psicóloga e investigadora del Boston College y la Universidad de Oxford, ha explicado que este síndrome puede generar trastornos de ansiedad, depresión o estrés postraumático en las religiosas. Por eso, propone elaborar una suerte de código de conducta o contrato laboral con el obispo o superior que favorezca el «bienestar» de la religiosa. Un acuerdo que establezca, por ejemplo, «dos semanas de vacaciones, una paga, una vivienda digna» o incluso «un año sabático después de cinco años de trabajo». Lounghry también ha anunciado que la Iglesia, en colaboración con la Unión Internacional de Superioras Generales, creará una comisión especial para estudiar durante los próximos tres años el efecto de esta enfermedad en las religiosas. El objetivo es construir comunidades resilientes y prevenir el burnout entre las monjas.
El síndrome «Burnout»
El síndrome de burnout o «síndrome del trabajador quemado» hace referencia, a la cronificación del estrés laboral. Este se manifiesta a través de agotamiento físico y mental que se prolonga en el tiempo y llega a alterar la personalidad y autoestima del trabajador. Las religiosas exigen mejores condiciones de su vida, sobre todo aquellas que se dedican a servir en estructuras de la Iglesia o de los altos cargos de la institución. Ya sea Papa, cardenal, cura o monja, por la fe, el cuerpo de profesionales religiosos debe cumplir y trabajar para extender la palabra del Señor. Sin embargo, esto no es tan sencillo, ni se consigue sin esfuerzo.
Las Misioneras Scalabrinianas están ya realizando esa tarea humanitaria, especialmente debida en el caso en que las religiosas han sido expulsadas injustamente, o en el caso de hermanas africanas y asiáticas, incluso privadas de su pasaporte, lo cual ha llevado a algunas a caer en las garras de las mafias de explotación de extranjeras y a practicar la prostitución callejera para sostenerse.
Las monjas, explican en el artículo, esperan que al igual que en los casos de los abusos a menores se establezcan «líneas guías» para que se conozcan las obligaciones, pero también los derechos de las religiosas en sus lugares de trabajo, así como algo que se parezca a un contrato de trabajo.
Es necesario invertir en el bienestar de las monjas y por ejemplo concederles dos semanas de vacaciones, una paga, una vivienda digna, acceso a internet o «incluso un año sabático después de cinco años de trabajo». El prefecto de la Congregación para la Vida Consagrada, el cardenal João Braz de Aviz, que afirma que el Papa Francisco quiere «transparencia total» en los casos de violencia sexual sobre las monjas.
La Unión Internacional de Superioras Generales (UISG) lo ha estudiado en su última reunión y ha creado, junto con la Unión de Superiores Generales (USG), una comisión conjunta para estudiar a fondo este problema a lo largo de tres años y proponer soluciones.
Fuente: ElDebate.com